El juego de las figuritas no era una competencia cualquiera. No sólo se ponía de manifiesto la destreza, sino también el orgullo, la ostentación de poder, la aceptación del reto.
Al habilidoso se le animaban pocos, era el que hacía gala de la torre más alta, más jugosa. Al torpe se lo buscaba para ganarle fácil las pocas que tenía cuando te quedabas pelado. Estaba el que no jugaba, el que no arriesgaba y guardaba su tesoro en el bolsillo. Ese era el cagón.
Nadie quedaba exento de ser etiquetado.
Fabián (el "Pájaro") era quizás el mejor. Dominaba todas las variantes: el espejito, la tapadita, el punto y la chupi. Era bueno de verdad y respetado por sus códigos de honor como ofrecer la posibilidad del desquite, aceptar el duelo de pibes sin experiencia, repartir parte de su pila con los que menos tenían o ser el primero en separar cuando se armaba la rosca.
La arena era el patio de la escuela. Allí un nutrido público observaba a los gladiadores.
Rodilla con pitucón al suelo, estaba el Pájaro, calculando con mirada rigurosa para dar el golpe certero con su pulgar. Antes del tiro, murmullos con apuestas, tensión en la tribuna, aliento contenido y un silencio que descendía sobre el escenario.
Y la fija alguna vez se cae.
Ni él se la esperó. Acostumbrado a la victoria, a chapar botines gordos, al liderazgo, esa derrota le dolió como una trompada.
Primero la sorpresa, alguna risa, la primera burla y las siguientes, el efecto dominó cruel y devastador.
Haciendo leña del árbol caído.
La bronca lo aturdió, le congeló las manos, lo enmudeció. Vio alejarse a los compañeros entre carcajadas y codazos y apenas como un ruido lejano, escuchó el timbre que marcaba el fin del recreo.
Ese día eligió regresar por el camino de tierra. No hay nada más sublime que volver pateando el barro seco que se junta al costado de las zanjas, levantando polvo, descargando rabia.
Fabián creció. Ya no era el Pájaro. Conservaba su cara de nene, el hoyuelo en el mentón y la costumbre de soplarse el flequillo rebelde.
Veinte años en un envase masculino, codiciado por las chicas del barrio. Era ganador con todas; si él lo deseaba era tan sencillo como abrir un álbum y elegir una, que ya la tenía asegurada, servida.
Pero en el momento de la contienda, de la palestra, algo sucedía. Algo que como un estigma lo lastimaba.
Todos caemos bajo los caprichos de la naturaleza; ella nos pinta el color de los ojos, de la piel. Nos amasa, nos modela. A veces, generosa, nos salpica de belleza; otras mezquina termina su obra con dudosos detalles.
Y a Fabián, lo había retaceado justo ahí, de la cintura para abajo, en su lado íntimo, en su virilidad.
Despertaba todo tipo de reacciones; desde la decepción, pasando por el enojo, el desplante, el desprecio hasta la inevitable lástima.
No perdía la esperanza. La de encontrar a la figurita difícil, la mujer que lo hiciera hombre, que lo valorara tal cual, con su pequeñez incluída.
La noche caía sobre él y una negrura infinita lo invadía, lo aplastaba. Rumbeó para el lado de la estación. Un toldo levemente iluminado por un par de focos rojos lo invitó a pasar. Subió a tientas una escalera de granito con algunos bordes mordidos y una silueta femenina casi desnuda lo recibió solícita y gentil. Un par de palabras, una breve espera y otra dama que desde una puerta adornada con cortina de cuentas lo condujo hacia el interior del cuarto mínimo y con olores inciertos.
Y allí esperó el milagro.
Ya no había calles de tierra. Maldito progreso. No más polvo para patear.
Levantó una piedra y la lanzó procurando apuntarle al destino. Creyó escuchar las mismas risas de antaño, las del patio de la escuela. Ya no sonó el timbre del recreo, se oyó la campana de la barrera.
Levantó otra piedra y le tiró ahora al tren. Pero le dio a la nada más amarga.
Fabián no pudo completar el álbum. Él no pudo completarse.
Esa figurita, nunca más llegó.
Hermoso relato, Gaturra hermosa. Yo por suerte perdía y ganaba en las figus, como en el arte de amar...
ResponderEliminarEs muuuuy bueno!!!!cdo hablas d los caprichos d la naturaleza, maravilloso... Adrymess.
ResponderEliminarHola Gaturra. Muy bueno el cuento. Y más allá del cuento en sí, me sorprende tu amplio conocimiento de las variantes para jugar a las figuritas. Luego, pobre Fabián. Ese piedrazo a la nada me recordó al tango que en su último verso decía "ni el tiro del final te va a salir".
ResponderEliminarSaluti!
Amigos, gracias por acercarse al blog!
ResponderEliminarEste cuentito lo escribí con la inestimable colaboración de mi compañero de ruta :) que no sólo me nombró las variantes sino también que me explicó cómo se jugaba cada una :P. Extensa disertación les diré ....
Abrazo a todos, disfruto sus comments.
Muy buen cuento con muchas variantes y un final exquisito(pobre Pajaro)
ResponderEliminar