lunes, 27 de junio de 2011

viernes, 24 de junio de 2011

La carga

El sol de diciembre y la carga la hacían sudar dejándole la cara como perlada de rocío.
Subió lentamente la escalera y traspasó el portón de hierro forjado. Sensación de entrar a otro mundo; el de los silencios apenas manchados por algún llanto ahogado, un trinar o el suave murmullo de los árboles.
Atravesó el patio frontal y el sector de bóvedas ricachonas. El paisaje cambiaba abruptamente al llegar a las manzanas: un inmenso campo sembrado de cruces adornadas con rosarios, mármoles partidos, césped y tierra. Y más tierra.

Desplegó su silla de lona, sacó la radio portátil y preparó el mate.
- Si no vengo yo, no viene nadie .... Tus parientes, menos. Es pedirle peras al olmo.

Empezó a arrancar yuyitos secos y largos.
- Estuve pensando toda la semana ... Sabés que me dejaste en la ruina no? Tengo más deudas que amigos ahora .... Me cayó el tipo que te vendía la bebida ... Le dije que vos te moriste, pero no hubo caso. Me dejó la factura ... Vos sos conciente  que tengo que pagar tus vicios? ... No, qué te vas a dar cuenta.

Le pasó un trapo con Blem a la lápida.
- No sé cómo me casé con vos. Tu hermano me arrastró el ala siempre. Años. Pero no. La boluda estaba encaprichada. Todos me decían que tu hermano era mejor tipo. Todos. Más laburador, más lindo ... Los hijos me hubieran salido más inteligentes, eso ponele la firma... Qué te vi. Qué.

Tiró el agua sucia del florero y fue a enjuagarlo.
- Para las cosas de la casa no te extraño, la verdad. Porque ni un enchufe sabías arreglar. Te acordás la persiana? Hace tres años que se rompió. Estiraste la pata y ahí está todavía, con la soga hecha un nudo.
... Bueno, los asados únicamente. Sí, eso sí. Eso te salía bien. Lo que es justo es justo.

Acomodó los gladiolos nuevos.
- Cómo te gustaba joderme eh ... Ensuciabas el baño apenas terminaba de lavarlo. Si hay algo que me revienta es que usen el baño cuando está impecable ... Vos sabías eso ... Y las porquerías del galpón que guardabas y que te dije mil veces que tiraras. Te informo, tiré todo. Decir y hacer.

Tomó un mate y subió el volumen de la radio.
- No hablemos de la cama ... Bueno para hacerme hijos. Porque todo rapidito y me dejabas con las ganas .... Ah, me enteré lo de mi hermana. Si, ya lo sé. Tuviste el tupé de voltearte a MI hermana en navidad. Mirá que yo no soy idiota eh. Me daba cuenta que le mirabas el traste. No tiene goyete, MI hermana, sinvergüenza.

Otro mate, antes le cambió un poco la yerba.
- Yo, que te di mi juventud, que largué la carrera de maestra. Yo que te cuidé, que te esperaba con la comida, que te lavaba la ropa. Yo. Decime, qué te hice? Por qué te viniste a morir y me dejaste sola como un perro?

Empezó a levantar campamento.
- Te tengo que decir algo. Me lo iba a guardar, pero creo que por todas las que me hiciste, te merecés el puñal.
...........
- El Jorgito, el último, no es tuyo. Es del vecino.
Un crujido se escuchó claramente bajo tierra.
- Ja, esa te dolió, no? Bueno, jodete. Ojo por ojo.

Sacó las monedas para el colectivo.
- Te aviso que el domingo que viene vengo con mamá.

Otro crujido, más fuerte.
- Que te tengo podrido. Si, ya lo sabía. No esperaba otra cosa de vos. Cuidadito con lo que decís, mirá que compro claveles de plástico y no vengo más.

La mujer se alejó con su carga.
Sepultó, pero no a sus viejos resentimientos.
Dejó flores, pero no a sus años perdidos.
Desyuyó, pero no a su alma de reproches.
Limpió, pero no a su conciencia salpicada.
Emprolijó, pero no a sus penas guardadas.
Necesitaba sacarse la cruz de sus recuerdos. Y con suerte, resucitar de sus fracasos.
Y vivir, eso también.

jueves, 23 de junio de 2011

Duendes

Caminan por ahí haciéndose los distraídos.
Algunos se esconden en los lugares menos pensados. Son tantos que no los conozco a todos, pero se ponen de acuerdo para hablarme a la vez, desordenadamente.
Trepan a mi ropa en una carrera loca por llegar a mis oídos. Unos balbucean tímidos, otros me gritan ofuscados, unos pocos guardan compostura y piden permiso para opinar.
Se pelean, se amigan, coinciden, difieren, sacan conclusiones, se corrigen y esperan que mi mano escriba.
Son respetuosos mientras lo hago, interrumpen si me ven dudar, sugiriéndome temas, finales, adjetivos y sinónimos. Se ríen si me equivoco y festejan si termino con éxito.
Se reparten el premio de la lectura ajena, los comentarios y se retiran hasta la próxima travesura.
Ellos arman la receta y la cocinan. Ellos maquinan y sacan a la luz lo que sola, definitivamente no podría hacer.

Entonces, seguidores incautos que se apresten a leer, ya saben:
Los dueños de este blog, lleno de infortunios, insensateces, delirios, cursilerías, declaraciones inoportunas, tiempos verbales erróneos, repetición de ideas y otros despropósitos de colores variados, son ellos: mi banda de duendes.

sábado, 18 de junio de 2011

Buen viaje

Ese día el mar gessellino se despertó caprichoso y se encrespaba haciendo picos blancos. Sabíamos sin mirar la bandera que meternos al agua nos estaba vedado, aunque de vez en cuando dirigíamos una tierna mirada de ruego al bañero para que nos permitiera ir a jugar con los barrenadores.
El hombre, de tostado perenne, desde su trono alto nos hacía un "no" definitivo con la cabeza y volvíamos resignados a lo nuestro.
El viento se empeñaba en entrelazar mis rizos negros con su pelo dorado.
Sentados, casi en silencio, construíamos bajo su dirección meticulosa, castillos gloriosos con torres perfectas, donde treparían valientes caballeros imaginarios y ventanitas mínimas desde las que princesas cautivas pedirían auxilio.

Compartimos muchos veranos así, inseparables.
Alumna aplicada, aprendí infinidad de proezas, instruída por un maestro experimentado que me superaba en unos cuatro años.
Yo obedecía encandilada por sus conocimientos y me esforzaba para mejorar mi técnica de lanzamiento de piedras planas con efecto, para lograr múltiples rebotes en el mar; cómo dar vuelta rápidamente las terribles y peligrosas aguavivas sin que me piquen; esperar las olas en el lugar exacto y evitar el golpe; cazar almejas, rodar cuesta abajo por los médanos, cavar los mejores pozos y hacerlos refugio para quedarnos horas.

Le martillaba la paciencia con mis preguntas curiosas.
Mi amigo caminaba unos pasos más adelante, juntando caracoles y yo embocaba mi pisada en la huella que él iba dejando.
¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué mis pies se hunden? ¿Las gaviotas flotan en el aire? ¿La uña de gato es de gato?
Se daba vuelta con su sonrisa inmensa y me tiraba un poco de arena para hacerme callar.

Así nos vimos crecer hasta bien entrada la adolescencia.
Con otros cuerpos y confundidos, no nos animamos a transformar esa amistad en algo más.
Como si gustarse hubiera sido un juego con reglas desconocidas, preferimos no jugarlo y quedarnos a vivir dentro de aquellos castillos mágicos e infantiles.
Un día nos separamos.

Veinte años después, grata y sorpresivamente se produjo el reencuentro.
Él había elegido una carrera de ciencias exactas y yo me dediqué a una de ciencias médicas.
Retomamos una historia que nunca olvidamos; nos hicimos confidentes de fracasos y de penas íntimas, riéndonos de los errores cometidos. Nos apoyamos mutuamente en los proyectos quijotescos. Supimos de trampas clandestinas absolutamente secretas y nos desnudamos el alma en cada charla.
Soltamos el "te quiero" más sincero y profundo y nos decretamos necesarios el uno al otro.

Aunque los compromisos no nos dejaba vernos muy a menudo, nos despachábamos cada tanto de las novedades, con música, alcohol y cigarritos alegres.
Fantaseamos con llegar a viejos y caminar del brazo por las mismas playas que abandonamos de chicos.

Pero no pudo ser.
El impacto fue tremendo. Igual a caer maniatada por una escalera interminable.
La noticia que negué, marcando su número esperando que me atendiera. Las lágrimas que no cayeron de la bronca impotente.
Ahora si para siempre, una mujer (la más seductora y perversa) le acarició el rostro y se lo llevó de la mano.
No pude entender, pero la promesa de eternizar nuestro vínculo, se rompió sin remedio y sin piedad.

Intenté reconstruir con detalle la última conversación, buscando tal vez la frase de la despedida.
Hablábamos del amor, de las mentiras, del desencanto y de darse una nueva oportunidad.
Entonado con un Malbec, bajó la voz, entrecerró los ojos y se dispuso a develar algo muy oculto: "Morocha, no sé de qué nos quejamos ... Hacemos la cruz y a la semana nos vemos en una nueva ..."

Ahí estaba, sonreí tranquila. Esas eran las palabras, el bálsamo que suavizaba mi tristeza por no haberle dicho adiós a tiempo.

No sé ni cómo, ni cuándo, ni dónde, pero estoy segura que "nos vamos a ver en una nueva".
Buen viaje, amigo mío.

martes, 14 de junio de 2011

La mudanza

Cambiarme de lugar siempre me significó un completo bodrio.  Abrir placares, clasificar ropa, desarmar bibliotecas, aprovechar la ocasión para limpiar lomos de libros de tierra históricamente acumulada, ordenar documentación, envolver prolijamente objetos frágiles que nunca uso, que ni miro siquiera, pero de los que tampoco me deshago.
Ese dilema ... el de tomar la decisión de tirar o no tirar cosas inútiles que se arrastran por décadas y que se guardan misteriosamente. El acto de salvarlas una vez más de fenecer en una bolsa de residuos.

Me siento en el medio del caos a revolver cajoneras. Sonrío cada tanto cuando encuentro algo que supuse perdido; cartas inmemoriales, notas mínimas, tickets viejos, medallitas sin cadena, corazones de tul con popurrí de aromas tenues.
Las fotos las evito porque termino llorando. Últimamente todo me conmueve. Leí por ahí que los momentos como este revolucionan el espíritu y predisponen a la pelea. Stress. Pasa lo mismo antes de casarse, de irse de viaje o de empezar un trabajo. Así dicen.
Pero yo no tengo con quien pelearme, los chicos crecieron y ya volaron y mi marido también.
Me peleo conmigo en todo caso, por no acomodarme todavía a la idea de estar sola, por no asumir mi total ineptitud para estos avatares y reconocer finalmente que para muchas circunstancias dependo de un hombre.

Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos y trato de concentrarme en trivialidiades como elegir la mudadora, hacer llamadas, avisar al banco para que me envien los resúmenes a mi nuevo domicilio y otras pavadas.

Me mudé unas cuantas veces; no puedo quejarme, siempre para mejor. Desde un departamento básico, un pañuelito de cuarenta metros cuadrados hasta esta casa soñada con un inmenso jardín, pero que ya me queda grande.
El espacio verde no lo voy a resignar. Necesito pisar y oler el pasto recién cortado, tirarme a dormir la siesta debajo de un árbol, escuchar el canto de los pájaros. No importa si la casa donde voy a vivir es pequeña, pero el fondo es imprescindible.
Me costó ubicar algo que me convenciera, no había inmobiliaria con una oferta digna para las pretensiones que tenía en mente, pero después de una larga y afanosa búsqueda, lo logré.

Emocionada, llave en mano, acaricio las paredes para despedirme. Doy una última mirada a todos los ambientes. Ráfagas de recuerdos, imágenes como flashes que no puedo eludir. Bajo las persianas y cierro ventanales; el piso de pinotea cruje bajo mis pisadas. Adivino el eco que se produciría si hablara, por el espacio vacío, pero no tengo con quién hablar, entonces sorteo el rebote de mi voz, que presiento como un adiós triste.

Y llego por fin a mi flamante hogar.

No esperaba una recepción. Confundida ante tamaña multitud, pregunto qué es lo que ocurre pero no obtengo respuesta. Oigo voces mezcladas, pero advierto que la mía se pierde en el aire.
Caramba. Sabía que era dueña de un parque pero recién ahora me daba cuenta de la real dimensión.
No hay un árbol, hay fácil unos cincuenta; cipreses, robles, pinos , araucarias y álamos plateados; pero no están plantados deliberadamente, noto que flanquean un camino de adoquines dispuestos en semicírculos.
De la sorpresa salto al miedo. Tanto que me paralizo, tanto que no respiro.
Veo a mis hijos y a mis amigos a mi lado con las cabezas gachas y con gestos de dolor.

Y entiendo ahora.

Es este mi desenlace, el punto donde concluyo, el corte, el paso a lo desconocido.
Quisiera sonreir y me abruma no conseguirlo. Hay césped como lo anhelaba, hay paz, hay pájaros y tal cual lo imaginé la casa es pequeña, apenas más grande que mi propio cuerpo.

Las mudanzas son un bodrio, pero de esta no tengo que ocuparme. Lo que me desvela es aquello para lo que nunca estuve preparada: la soledad.

lunes, 6 de junio de 2011

El recurrente

Estoy parada, desnuda pero no siento pudor por eso. Miro mis pies; son tan bellos. Sanos, cuidados, suaves. Las uñas cortas, perfectas, con un brillo natural.
Los dedos se fruncen apenas para aferrarse a la cornisa angosta. La planta nota la aspereza del revoque y un ligero cosquilleo se extiende a mis piernas.

No experimento temor a la altura y comienzo a caminar muy lentamente. Talón, punta, talón, punta.
Mis brazos se separan del cuerpo y buscan equilibrio. La brisa me acaricia toda y ya no miro mis pies. Quiero la esquina como trofeo; no falta mucho, cinco pasos más quizás.
Llego a ese punto y enfrento el vacío. Los edificios que me rodeaban desaparecieron y un sol que no lastima me besa el rostro.

Todo depende de mí. Es inclinarme hacia adelante, nada más. Es elevarme, ponerme en puntas, abrir los brazos en cruz con las palmas hacia arriba y volar. Espero una invitación y es la mano de una mujer a quién no veo, la que me empuja suavemente.

El placer de caer se transforma en la angustia de no saber cuál será mi destino. Ahora si, temo que el impacto me duela, temo desarmarme, sangrar y que no exista ayuda. Creo que voy a agonizar tratando de decir algo que nadie va a escuchar.

Un hueco oscuro y silencioso me traga. Floto en agua caliente y turbia. Me repito que esa escena ya la viví. Me rodean criaturas en un círculo completo. Son enormes y grises, intuyo que tienen hambre.
Asoman sus ojos y sus hocicos. Puedo ver las vibraciones que producen sus cuerpos en la superficie, ondas concénticas vienen hacia mí.
Sólo uno de ellos avanza con decisión, abre la boca y me come sin piedad mientras los otros observan desde su lugar.
Ya no estoy.

El que me devoró regurgita algo. Rojo, pequeño y brillante. Veo que palpita y se hunde dejando una estela larga y espesa.

Me despierto siempre con la idea de que eso será lo que no quieren de mí.