miércoles, 11 de mayo de 2011

Fuego

(... y me fumaste, me saboreaste en cada pitada mirando como me encendía ... y ahora estoy ahí, entre cenizas.)


Recuerdo a mi madre invocando a la Virgen del Valle y al Señor de la Peña. Era el soberano preámbulo de una advertencia que me sabía de memoria: "Chinita, no juegues con fuego!".
Por aquel entonces yo era una niña de modales suaves y delicados, así que bajaba la mirada y sonreía. Pero no era tan fácil lidiar conmigo.

Toda prohibición maternal suele instigar con duplicado fervor a la travesura. Así que esperaba con paciencia a que mi mamá se alejara de la escena y regresaba insistente a mi mandato interior: acercar mi diminuto dedo a la hornalla.
"El fuego quema!". Vaya novedad. Me seducía acertar el instante en que mi cerebrito mandaba la orden para alejarme de la fuente de calor. Justo a tiempo, antes del ay.
"Las quemaduras duelen!". Era un libro abierto sin dudas. Atenta a mis movimientos me daba un pequeño empujón correctivo y sacaba mi mano.
"Quemarse no duele tanto" retrucaba desde mi metro diez con los brazos cruzados, haciendo oscilar mis rizos negros con gesto adorable y desafiante.

Jugaba con encendedores, chamuscaba papelitos tomándolos de un extremo hasta que una aureola entre negra y ardiente rozaba mis yemas;  me fascinaban esos hilitos de tizne que flotaban libres en el aire y se adherían a los azulejos o a las cortinas.
Los asados me tenían como espectadora y protagonista, presta a alimentar las llamas con ramitas secas o a avivarlas con una chapa a modo de abanico. Quedaba hipnotizada adivinando cuál de todas esas lenguas rojas alcanzaría la campana de la parrilla.
Y el crepitar del carbón era una musiquita que acompañaba la danza loca de brasas minúsculas que saltaban desordenadas.

El encantamiento del fuego aún me persigue.
Asocio el fuego a la vida misma. El dolor es fuego. El amor y la pasión. En las emociones, jugar con fuego es provocar, es arriesgarse a lastimar o lastimarse. Desde una ampolla que sana rápido hasta la consecuencia extrema de quedarse sin piel. O sin alma.

El embrujo del fuego.
La seducción es ese juego de unir dos fósforos, haciendo coincidir sus cabezas y acercando lumbre para que un fogonazo obre la magia  de fusionarlas y carbonizarlas. Vínculo frágil, efímero.
Las miradas tienen fuego. Los cuerpos de los amantes. Las mentiras y las verdades. El odio es fuego y la venganza también.

No entiendo la vida sin esa llama. Me prendo, me inflamo, chisporroteo, me incendio, me acreciento, resplandezco, arraso con todas mis fuerzas porque sé que lo próximo es atenuarme de a poco hasta extinguirme, hasta formar un cúmulo de tristes cenizas. Las que se barren, las que se tiran, las que se olvidan.

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