lunes, 31 de diciembre de 2012

Los te quiero que inventamos en internet

Cuando me dicen "te quiero" hay una parte de mí que sonríe con ternura y otra que inevitablemente despierta a la duda.

Por qué me querés? Si no me conocés?. Parece un desprecio, pero no. Es raro.

Me imagino que un te quiero es la foma corta de expresar "me gusta algo de vos". Cómo escribís, tu humor, tu nostalgia, tu forma de dibujar con las palabras, de capturar imágenes en letras, de reflexionar, de ironizar, de estar un rato visible y después volar.

Le tengo miedo a la reciprocidad, a la desilusión ajena  - a la propia también - a los hilos invisibles que nos unen - nos unen? - y se cortan tan fácil. Tengo temor de la mirada aunque la busque, porque todos esperamos aceptación pero también huimos del rechazo. 

A veces escucho sus voces:

- Te quiero hoy, no sé mañana.
- Te quiero un rato, hasta que me aburras.
- Te quiero porque me mostrás algo que me interesa, aunque no sepa quién sos.
- Te quiero, sin importar hasta dónde, porque total nunca te voy a ver.
- Te quiero entre tantos otros te quiero que no son para vos y son más o menos intensos.
- Te quiero cuando me conecto, después se me pasa.
- Te quiero adelante de todos;  detrás ...  quizás si, quizás no.
- Te quiero sin sentido, porque con sentido nunca quiero.
- Te quiero, porque prefiero querer a alguien  que no puedo tocar y eso es preferible a estar solo.
- Te quiero porque en estos tiempos, querer es tan fugaz que el desamor duele un momento y se olvida rápido.
- Te quiero porque idealizar me sale bien y concretar siempre agobia.
- Te quiero y no me importa si me querés, porque siempre hay otros.
- Te quiero pero te odio también.
- Te quiero y pienso que me querés. Porque me querés, no?

Pido que me quieran a medias.
Dejen un espacio para meter mi desconfianza, mis errores, mis monstruos, mi pesimismo, mis fracasos.
Y si aún así, me siguen queriendo, tal vez pueda empezar a entender todo un poco mejor.






viernes, 28 de diciembre de 2012

Hermanas

"... luces, túneles, la vida en un clip, lo irreversible. Dejarse llevar por una fuerza y el raro sentimiento de no saber qué hay después. Ángeles o llamaradas. Paz o castigo. Claridades o la más trágica oscuridad. O la nada ..."


- Habría que cerrarle los ojos.
- Y sí, habría. Pero no sirvo para eso. Dale vos.
- No, me da impresión, no puedo.
- Dicen que cuando quedan con los ojos abiertos, es porque sufrieron.
- Sí. Y cuando quedan con la boca abierta. Como ella.
- También dicen que cuando te mandaste muchas cagadas en vida, al último las pagás todas juntas. Para mí es cierto.
- No digas "cagadas". Errores es mejor.
- Errores? Llamale errores. Entre nosotras sabemos que no fueron errores.
- ......
- Te acordás cuando éramos chicas? Mamá decía siempre que no sabía en qué había fallado, porque no parecía hermana nuestra.
- Pobre mamá, una santa.
- ......
- Cómo luchó para encaminarla ....
- Me acuerdo cuando me empujó por la escalera.
- Cómo olvidarlo.
- Ella siempre lo negó. Falsa.
- Si. Y cuando me quiso quemar con las brasas del asado. Papá la corrió una cuadra.
- Pobre papá. Se murió por ella. Lo dejó seco después del disgusto por el robo. Te acordás?
- Claro, cuando le sacó los ahorros para irse con ese tipo. Cómo se llamaba? Alberto?
- Roberto.
- .......
- Para mí tenía el demonio en el cuerpo.
- Para mí mamá se cayó o algo así durante el embarazo. Y le afectó el cerebro.
- Vos decís?
- Y sí. Si no, no se explica.
- ......
- Qué hay que hacer ahora?
- Habría que despedirse. No la vamos a ver más. Vos sabés que no la vamos a ver nunca más.
- Bueno, empezá vos.
- Hermana: no te voy a decir que lo siento porque no lo siento. Adonde quiera que vayas, alguien se ocupará de que saldes tus deudas. 
- .....
- Ahora vos.
- Hermana ....
- Apurate, viene alguien.
- No sé que decir, no me sale.
- Dale, viene alguien.



- Bueno, usted es el hijo? 
- Sí.
- Si quiere me quedo, si no lo dejo solo para que pueda despedirse. Voy a estar en el pasillo, esperando. Tómese su tiempo.


El hombre se acercó a la mesa de acero inoxidable. Destapó el cuerpo. Reprimió un llanto y lo volvió a tapar.
No percibió las dos figuras blancas, que se fundieron en una nube y ascendieron en forma de espiral, hasta desaparecer.
Un frío intenso y el olor metálico lo envolvieron. Sintió ganas de huir y apresuró las palabras.


- Chau mamá ... Chau. Seguro que te vas a encontrar con tus hermanas.




















lunes, 19 de noviembre de 2012

Mañana hablamos.

Bueno, quería escribirte una carta. Pero no cualquier carta. De esas de "Querido Juan" no. Algo menos formal. Una manera de arrimarme por el tiempo que hace que estamos separados. 
Vos te acordás? Hace un año y dos meses. Fue un viernes 4 de abril. Lluvioso, negro, dramático. Como si el día hubiera pactado con nosotros el tinte de tragedia.
Creo que ya sabíamos de antemano que algo estaba pasando. O mejor dicho que algo no estaba pasando. Empezamos a decir chau mucho antes de la despedida. Con los gestos, con la ausencia que era un alivio. Con las no ganas de acostarnos. Con la mirada perdida y la conversación que salía con tirabuzón. Yo quise amoldarme mil veces, siendo como yo no quería y vos lo mismo. Nos disfrazábamos de seres distintos a nosotros para hacernos felices un rato. Y después tirábamos la máscara. Hablar nos costaba. Porque si te decía que hasta el roce me venía molestando hacía rato, capaz que ibas a creer que había otro. O si te contaba que apagaba el celular para no atenderte te ibas a ofender mucho. Un día cruzamos la misma mirada, la del hastío. Me agarró un terror infinito. "Siente lo mismo que yo" pensé. 
Qué nos unía? Cómo fue que nos juntamos?.
Éramos pobres diablos carcomidos por la soledad. Buscando como perritos que alguien nos acaricie un rato. A vos te largaron como a mí, chiquito y estoico. Caprichosos, rebeldes, omnipotentes. Coincidimos en esas miserias. Le espadeamos a los temores que nos arrinconaban piel adentro. Lo que no mostramos, lo que de a poco nos iba devorando, hasta dejarnos oscuros como una sombra.
Nos fuimos de nuestras casas. Huimos. Un poco porque nadie nos bancaba y otro poco porque no bancábamos a nadie. Crecimos con bronca y maduramos con rencor. Nos encontramos. Tu jugo tan amargo como el mío. Fuimos dos carnes que se adosaron, una simbiosis.
Nos aguantamos, nos mentimos, nos conformamos. 
Yo emparché mi vacío con tus fantasmas. Vos te agarraste de mí, como el chico que agarra la pierna de su madre y no la deja caminar. Yo te hundí en un pozo y vos lo hiciste más profundo para los dos.
Dónde estarás. 
Acabo de recordar un detalle. El día anterior a la última vez que te ví.
"Mañana hablamos" te dije. Sonó tan denso como una sentencia, como una pena de muerte. Sobreentender el final. Es como saber que justo hoy a tal hora alguien se va a morir. Es como un trámite que uno no quiere pasar pero es necesario.
Yo estoy sola, guardada. No quiero nada con esto. Ni que vuelvas, ni decir que te extraño. Pero me di cuenta que en este año y dos meses, mi pozo sin tus fantasmas está raro. Mi pierna no tiene ese chico que se prendía a ella. Mi jugo es amargo, pero no lo suficiente. Mi sombra es oscura, pero le falta la tuya.

Un día. O no. Dejá.
Mejor nunca.

martes, 6 de noviembre de 2012

Las cartas que nunca leímos


Aún no entiendo como lo conseguiste, pero pensarte al despertar las mismas veces que te sueño no lo veo como algo normal.


Empecé a zozobrar el día que me enfrenté a mí misma. Cuando comencé a pedirme explicaciones y me di cuenta que esgrimía argumentos muy parecidos a trampas. 
Te extrañé sin haberte visto nunca. Armé un recuerdo nuevo cada día, con piezas de un cuerpo que nunca supe.

Recuerdo aquellos días en donde mis expectativas te pertenecían. Será que te creí justamente increíble. En donde planeaba una vida a tu lado, mientras volabas tomándote de otra mano. Fui muy alto, es cierto. Pero aprendí que nunca debía darme por vencido aunque esté equivocado.


Quisiera una oportunidad. La de poder encontrarte, pero me cansé de que sea en mi mente.


Cada noche que pasa, intento cerrar los ojos para verte mas de cerca. Necesito del soplido de tus alas cuando te haces terrenal.


Dibujé líneas de tu sonrisa, de tus hoyuelos. Muecas de ternura para hablarme. Abrazos tibios y firmes. Sentí tu perfume intenso cada mañana y me apuré a buscarte en los mensajes, como quién sube una escalera sin respirar, sin saber qué hay arriba.
Inventé mil respuestas a preguntas que jamás me hiciste. Ensayé miradas en ojos que no eran los tuyos. Me sentí abstraída en un mundo ideal donde te dejaba espiar y del que sólo te mostraba mis palabras.

Lo insoportable de conocerte tanto tiempo (o simplemente creer saberte) y no poder abrazarte me termina haciendo nudos en mi garganta. 
El punto débil, por donde trago todas mis ansiedades, las amarguras y sobre todo, donde guardo esas palabras que espero decirte alguna vez y tanto me pesan.



Necesité de tu presencia diaria, de la complicidad, de la risa. Imaginé que estábamos creando un espacio donde nadie más que nosotros podía entrar. Sin vernos, sin tocarnos.
Me angustiaban tus ausencias  y los fines de semana se eternizaban en la lectura de mensajes viejos que nunca escribiste y siempre esperé. Cuántas veces leí tus te quiero? Cuántas leíste los míos? 

Vení, ayudame a recordar todos los momentos que creí pasar a tu lado. No creo que la distancia nos haya borrado del mapa. Al contrario, te grabaste a fuego bajo mi piel.


Nos prometimos amor sin besos y se me humedecía la boca de pensarte. Cómo entender la nostalgia de lo que no fue? Cómo guardar imágenes de lo que nunca sucedió? Cómo añorar escenas detalladas tan perfectas que no vivimos?

Cuando me dí cuenta que eras un escape, entendí que me había encerrado en un mundo que ya no era mío. 
Huir de la realidad es recordarte, imaginar diálogos, abrazos, miradas, tu olor, la suavidad de una piel jamas rozada.



Escribimos juntos una historia única y a la vez fuimos sus protagonistas. Nos amamos con vehemencia, cruzamos nuestras voces en el aire sin oírlas y hasta recreamos nuestros cuerpos de memoria sin tenernos. Pero nos faltó el final. No tuvimos encuentro y tampoco despedida.


Por qué lo haces así de difícil?
Quien te hizo creer en lo inalcanzable? Quien me lo hizo creer?


Me confunde no saber bien a quien estoy amando tanto.



Te extraño. De la piel para adentro, con los cinco sentidos, con la boca que no te dí, con las manos que no te acariciaron, con los latidos que no unimos. Te extraño. Sin importarme dónde estés ahora ni con quién. Sin saber tu realidad, tus miserias ni tus gozos. Te extraño. Tanto.
Ironía será intentar olvidarte, como si se tratara de derribar una torre de naipes con un soplido.
Será en esta vida que nos toque ser tan solo uno mismo, o tendré que resignarme a que la nostalgia lleve tu nombre?
A quien le reclamo todo lo que te extraño: a la suerte o al destino?


Nunca mas me dejes expuesto frente a la soledad.






Agradezco la maravillosa y especial participación de @El_Gurizinho para redactar esas cartas que nunca nos vamos a leer.




domingo, 21 de octubre de 2012

Madre hay una sola. Y no pidan más.


Planificamos o nos cae la noticia de sorpresa. 
Deseados o no, un día nos colocan un hijo en los brazos, nos felicitan y nos inician en el rol de madres.
"Arreglate ahora" será más o menos lo que piensa el que te lo entrega, detrás de una sonrisa y algún consejo inicial. "Acostalo así, alimentalo así, levantalo así. Así, eso, muy bien".
.
Biológicas o adoptivas, solas o en pareja, llenas de dudas con el primero y canchereando de taquito con el último.
Damos la teta o la mamadera, cambiamos pañales, corremos a la cuna para ver si respira porque duerme mucho o ensayamos 107 técnicas distintas para dormirlo. Festejamos los avances, las subas de peso, el primer diente. Gatea, camina, corre, salta. Habla y ahora es imparable.
Ponemos límites o permitimos. Los retamos y vamos a la cocina a arrepentirnos. Estamos atentas al menor síntoma de enfermedad, vamos a la guardia, nos aprendemos el vademecum, sabemos más que el pediatra.
Los llevamos al jardín para que socialicen, se enchastren y den rienda suelta a su creatividad; porquerías preciosas de lentejas y arcilla y el orgullo plantado en algún estante de la biblioteca.
Pasan a la primaria y estamos atrás con los deberes; volvemos a estudiar la germinación del poroto, la Primera Junta y el mapa de los aborígenes. Los diaguitas van acá y los onas por allá abajo.
Renegamos con los aplazos, ayudamos con la cursiva y la ve corta y la be larga, revisamos cartucheras y decimos "Cuánto falta" de lápices perdidos y de años para que termine el calvario de la escolaridad.

La adolescencia. La lucha para que ellos logren su identidad y nosotras conseguir entenderlos. Ahora disfrazamos los límites en contratos negociables. Nos preocupan otras cosas: que no se manden cagadas y si se las mandan, sean remediables.
Un día se hacen adultos y vuelan y hacen su vida. Las ganas de meternos están, pero disimulamos con suerte.

Madre. Decimos diez mil veces la palabra "cuidado" seguidas de otras tantas "Qué te dije".
Apuntalamos, aconsejamos, regañamos, abrazamos (a veces tanto que no dejamos respirar), reprimimos, toleramos. Sanamos y enfermamos también.
Somos contradictorias, culpógenas, erráticas, obsesivas. O creemos ser seguras, intachables y sagradas. Repetimos fórmulas o innovamos. Cometemos errores y la factura nos llega rápido o con demora. Pero llega.
Damos amor si alguna vez nos enseñaron.  Si no, en el mejor de los casos con ellos aprendemos o en el peor, dejamos la marca de la ausencia y el abandono.
Hacemos lo que podemos, lo que nos sale o lo que pensamos correcto.

A muchos les sonará lo que escribí hasta acá. Todo, mucho, poco o nada.

Quién habrá idealizado el papel de madre? 
Me respondo sola. 
No soy perfecta. Apenas soy madre.

viernes, 6 de julio de 2012

Ana

A las palabras no se las lleva el viento. Las ordena, las arremolina, las hace silencio, pero no se las lleva. Ojalá se las llevara.

Ana tiene en su espalda un dragón rojo. Debe ser hermoso abrazarla, y sentir un dragón en llamas, terso como la misma seda. Ella encuentra tristeza en la cama fría, en el lado del placard que quedó vacío, en la persiana rota, en la cocina desierta, en el rimmel corrido que le surca la cara, en las líneas que aspira.


El último lugar para guardar el dolor, es la mirada.

Ana se mira en un espejo sucio: el pelo mustio, el cigarrillo colgándole de los labios. 
Lagrimea. La mejilla se le alborota en suaves y casi imperceptibles latidos y amaga limpiar el reflejo, para borrar su cara y su tristeza. No sabe qué le duele más, si haber terminado o la soledad que ya le come los pies.

Los fracasos no se festejan. 

Ana cierra los ojos para mirar por dentro. Hay tan poco ahora. Cuando uno olvida, el otro recuerda. Y ya no hay dos para juntar los trozos de bronca y amor acumulados por años,  que pujan por salir en desorden, buscando luz en el intento inútil de aliviar el ahogo.

El dolor es una serpiente que se enrosca en el pecho y te mira a los ojos.


Ana no vuelve más. Se fue de viaje con su dragón de fuego, con la nariz sangrando y la boca con gusto a remedio. Se sintió liviana y vió colores de los que no hay y luces de las que no lastiman y olores nuevos. Sintió el abrazo tibio, que llegó tarde. 


Tarde, los dragones vuelan rápido y alto.

















lunes, 4 de junio de 2012

Animales


Pasa el tiempo y nos seguimos lastimando. Somos bestias que se acechan, que se huelen en el aire, en cortas treguas engañosas. 
Pasamos uno cerca del otro,  con ganas reprimidas. Nos tenemos en cuenta. Somos dos ríos de odio que corren juntos, rozando sus aguas sucias de sangre y carroña. Palabras que muerden la carne. Te veo arrastrando trozos de mí. Lonjas de piel, tendones blancos, músculos rotos. Llevarlos al barro, revolcarlos. Me veo lamerme las heridas profundas, una por una.  En mi cuerpo, pequeño - cada vez más - ya no hay espacio para otra cicatriz.
No me quedo atrás. Levanto las ofensas de piedra y te las arrojo. Trato de acertarle a tu dignidad, me olvido que la perdiste hace tiempo. 
Medimos nuestras fuerzas, distintas pero nada despreciables. Nos conocemos tanto de no habernos tenido nunca. Alguna vez - remota y borrosa - prometimos respetar los territorios, vivir tranquilos, cada uno en su miseria, pero no logramos ignorarnos.
Así estamos, desatando furias contenidas, sin victorias ni derrotas.
Deseamos el próximo combate, esperando encontrar golpes nuevos. Pero nunca anhelamos la muerte. Porque el fin sería dejar de buscarnos, de olernos, de desgarrarnos. Y necesitamos eso, tanto como vivir.
Somos enemigos fuertes. Es nuestra forma de vincularnos. Mis llagas son tuyas y tus entrañas son mías. Y vas a abrirme y voy a herirte,  y vas a tirarme y voy a caer encima tuyo, y vas a dolerme y voy a torturarte, tanto  - tanto - que vas a pedirme más. Pedazos míos en tu boca y partes tuyas en mis manos.
Lejos del amor, el que no pudimos hacernos, está esto: un odio intenso, tangible e infinito del que bebemos sin testigos y a oscuras.

Voy a aborrecerte siempre y vas a despreciarme más. Hasta la última batalla, la que va a llevarse las almas, dejando nuestros cuerpos de animales exhaustos y unidos. 
Mientras tanto, nos seguimos lastimando.




lunes, 20 de febrero de 2012

Fracaso

El ritual de sentarme a escribir, de mirar el blanco a llenar, en silencio. Los dedos descansan sobre el teclado y esperan que las palabras se coloquen en orden.


Quería escribir sobre el amor. Pero no de cualquier amor. De ese que se siente de niño, el de los gestos tiernos; el del roce inesperado en los juegos del recreo, el que flotaba mágico en un punto del aula, el de la atención distraída. El que vuelve a la memoria en el acto de abrir un libro nuevo y olemos a infancia.


Quería escribir sobre el miedo. Pero no de cualquier miedo. De aquel que me hizo aferrar a mi madre cuando intuí su ausencia. Ese que ella esfumó en un abrazo mientras me hacía promesas falsas de inmortalidad.


Quería hablar de la esperanza. Pero no de cualquier esperanza. Esa que buscamos afanosamente en una caja de males multiplicados. La que nos convence de que el hastío y el dolor tienen un final, como las tempestades. La que nos sujeta a ilusiones pequeñas e ingenuas, como la de no morir.


Quería escribir sobre el odio. Y no de cualquier odio. El visceral, el que se enquista y lastima el cuerpo. El que empaña los ojos, el que paraliza, el que se instala y desborda en lágrimas, tan inútiles como el odio mismo.


Quería escribir sobre la libertad.  Y no de cualquier libertad. De la que perdemos cuando quedamos cautivos de la nostalgia. De los párrafos que no vuelven, de lo que pudimos cambiar alguna vez y es en vano rememorarlo.


Quería escribir sobre la soledad. Pero no de cualquier soledad. De la que siento aún rodeada de gente. De la que intento aturdir, la que esquivo sin lograrlo. La que me habla y me dice lo que no quiero escuchar. 


Quería escribir sobre la vida. No de cualquiera. De la mía.
Y no pude.


Tal vez no sea el momento. 

martes, 7 de febrero de 2012

Fragmentos

La soledad es el paisaje desolado
que trato de llenar cada mañana
con respuestas, huérfanas de preguntas
con decisiones para propuestas mudas.
Palabras que no suenan
de la voz que aguardo
momentos sin vivir
anclados en el tiempo.

Dónde guardar las miradas
con tus ojos ausentes.
Dónde esconder las caricias,
sin la piel que deseo.

Y así me encuentro muerta
en la añoranza
de cosas que no tuve,
sólo anhelos.
Con respuestas, decisiones y palabras
con tu voz, mi mirada y mis caricias.
Y sin tu cuerpo.












domingo, 22 de enero de 2012

Puro cuento (de princesas, zorros y otras yerbas)

De chicos nos enseñan que hay que decir la verdad. Paradójicamente los padres nos acorralan en la inocencia, utilizando argumentos poco creíbles para obligarnos a no mentir: "Te va a crecer la nariz" "Te va a salir una joroba" "las manchitas blancas en las uñas son mentiras que decís". Pero bastaba una mirada a los ojos para que descubrieran cualquier atisbo falso. Allí estaba la evidencia inocultable.

Crecemos en medio de mentiras. Como si explicar verdades costara o quisieran guardarnos de la realidad. De a poco nos damos cuenta. Después de comprar buzones rojos y lustrosos, de creer en amores que terminan en desencanto o palmadas en la espalda que anteceden una traición.
Quién, suponiéndose armado de la más absoluta desconfianza, no cayó en alguna historia prolijamente adornada de engaños? 

Me cuesta mentir. No digo que no mienta. Digo que me resulta difícil.
Porque olvido los detalles o los cambio. Porque hay que tener una memoria prodigiosa, ser extremadamente cuidadoso, construir coartadas, planes alternativos. Y sostener una mentira, es más complicado aún. La mentira me va quedando corta de patas, se tropieza y finalmente se me cae. No sirvo.

Y que me mientan. Uf.
No sé que me duele más. Qué cosa me da más bronca. Si la mentira misma o darme cuenta de lo imbécil que fui. Si descubrirla porque alguien me abrió los ojos o por mi propia deducción.
Y si desmantelar una mentira supone un éxito, será de esos que me llenan de tristeza; tal vez porque debo reconocer que soy vulnerable y a la vez desconocer si será la última o cuál será la próxima.

Internet es uno de los escenarios más propicios para mentir. No nos vemos, nos camuflamos. Se construyen realidades falsas, porque la vida de "afuera" no tiene guión para corregir. Porque la verdad que le toca a algunos es tan triste y dolorosa que esconderse en un perfil, aplaca los sinsabores y las penurias. Personajes, como los que salen de los cuentos.
Pastores que piden ayuda por diversión, lobos astutos timando niñas ingenuas, brujas malvadas y tramposas que merodean por ahí. 

Me quedo en mi bastión. La misma mirada que me delataba es la que busco para descubrir la verdad.
El resto, es puro cuento.