lunes, 20 de febrero de 2012

Fracaso

El ritual de sentarme a escribir, de mirar el blanco a llenar, en silencio. Los dedos descansan sobre el teclado y esperan que las palabras se coloquen en orden.


Quería escribir sobre el amor. Pero no de cualquier amor. De ese que se siente de niño, el de los gestos tiernos; el del roce inesperado en los juegos del recreo, el que flotaba mágico en un punto del aula, el de la atención distraída. El que vuelve a la memoria en el acto de abrir un libro nuevo y olemos a infancia.


Quería escribir sobre el miedo. Pero no de cualquier miedo. De aquel que me hizo aferrar a mi madre cuando intuí su ausencia. Ese que ella esfumó en un abrazo mientras me hacía promesas falsas de inmortalidad.


Quería hablar de la esperanza. Pero no de cualquier esperanza. Esa que buscamos afanosamente en una caja de males multiplicados. La que nos convence de que el hastío y el dolor tienen un final, como las tempestades. La que nos sujeta a ilusiones pequeñas e ingenuas, como la de no morir.


Quería escribir sobre el odio. Y no de cualquier odio. El visceral, el que se enquista y lastima el cuerpo. El que empaña los ojos, el que paraliza, el que se instala y desborda en lágrimas, tan inútiles como el odio mismo.


Quería escribir sobre la libertad.  Y no de cualquier libertad. De la que perdemos cuando quedamos cautivos de la nostalgia. De los párrafos que no vuelven, de lo que pudimos cambiar alguna vez y es en vano rememorarlo.


Quería escribir sobre la soledad. Pero no de cualquier soledad. De la que siento aún rodeada de gente. De la que intento aturdir, la que esquivo sin lograrlo. La que me habla y me dice lo que no quiero escuchar. 


Quería escribir sobre la vida. No de cualquiera. De la mía.
Y no pude.


Tal vez no sea el momento. 

martes, 7 de febrero de 2012

Fragmentos

La soledad es el paisaje desolado
que trato de llenar cada mañana
con respuestas, huérfanas de preguntas
con decisiones para propuestas mudas.
Palabras que no suenan
de la voz que aguardo
momentos sin vivir
anclados en el tiempo.

Dónde guardar las miradas
con tus ojos ausentes.
Dónde esconder las caricias,
sin la piel que deseo.

Y así me encuentro muerta
en la añoranza
de cosas que no tuve,
sólo anhelos.
Con respuestas, decisiones y palabras
con tu voz, mi mirada y mis caricias.
Y sin tu cuerpo.