domingo, 21 de octubre de 2012

Madre hay una sola. Y no pidan más.


Planificamos o nos cae la noticia de sorpresa. 
Deseados o no, un día nos colocan un hijo en los brazos, nos felicitan y nos inician en el rol de madres.
"Arreglate ahora" será más o menos lo que piensa el que te lo entrega, detrás de una sonrisa y algún consejo inicial. "Acostalo así, alimentalo así, levantalo así. Así, eso, muy bien".
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Biológicas o adoptivas, solas o en pareja, llenas de dudas con el primero y canchereando de taquito con el último.
Damos la teta o la mamadera, cambiamos pañales, corremos a la cuna para ver si respira porque duerme mucho o ensayamos 107 técnicas distintas para dormirlo. Festejamos los avances, las subas de peso, el primer diente. Gatea, camina, corre, salta. Habla y ahora es imparable.
Ponemos límites o permitimos. Los retamos y vamos a la cocina a arrepentirnos. Estamos atentas al menor síntoma de enfermedad, vamos a la guardia, nos aprendemos el vademecum, sabemos más que el pediatra.
Los llevamos al jardín para que socialicen, se enchastren y den rienda suelta a su creatividad; porquerías preciosas de lentejas y arcilla y el orgullo plantado en algún estante de la biblioteca.
Pasan a la primaria y estamos atrás con los deberes; volvemos a estudiar la germinación del poroto, la Primera Junta y el mapa de los aborígenes. Los diaguitas van acá y los onas por allá abajo.
Renegamos con los aplazos, ayudamos con la cursiva y la ve corta y la be larga, revisamos cartucheras y decimos "Cuánto falta" de lápices perdidos y de años para que termine el calvario de la escolaridad.

La adolescencia. La lucha para que ellos logren su identidad y nosotras conseguir entenderlos. Ahora disfrazamos los límites en contratos negociables. Nos preocupan otras cosas: que no se manden cagadas y si se las mandan, sean remediables.
Un día se hacen adultos y vuelan y hacen su vida. Las ganas de meternos están, pero disimulamos con suerte.

Madre. Decimos diez mil veces la palabra "cuidado" seguidas de otras tantas "Qué te dije".
Apuntalamos, aconsejamos, regañamos, abrazamos (a veces tanto que no dejamos respirar), reprimimos, toleramos. Sanamos y enfermamos también.
Somos contradictorias, culpógenas, erráticas, obsesivas. O creemos ser seguras, intachables y sagradas. Repetimos fórmulas o innovamos. Cometemos errores y la factura nos llega rápido o con demora. Pero llega.
Damos amor si alguna vez nos enseñaron.  Si no, en el mejor de los casos con ellos aprendemos o en el peor, dejamos la marca de la ausencia y el abandono.
Hacemos lo que podemos, lo que nos sale o lo que pensamos correcto.

A muchos les sonará lo que escribí hasta acá. Todo, mucho, poco o nada.

Quién habrá idealizado el papel de madre? 
Me respondo sola. 
No soy perfecta. Apenas soy madre.