lunes, 26 de septiembre de 2011

La reunión

Últimamente me cuesta sentarme a escribir. Será que estoy dispersa en otros asuntos.
Usted amigo lector (me encanta decir eso, lo leí en muchos libros) quizás desmerezca con acertada desilusión el contenido de este relato, pero atenta a esto, intentaré como siempre hacer caso omiso a sus deseos y proseguir.

Desde chica la imaginación ha jugado conmigo llevándome lejos, a lugares y situaciones desconocidas, de las que no vuelvo con facilidad, anclándome en ellas en una especie de mundo paralelo que sólo yo veo.
Imágenes tan intensas que me atrapan, separándome de la vida real y haciéndome perder el hilo de alguna conferencia, semáforos en verde, conversaciones teléfonicas e incluso tramas de novelas o películas.
"Te colgaste" es una de las observaciones más livianas que escucho de los que me rodean.

No hace mucho me tocó participar de una reunión en la escuela de mis hijos.
Sinceramente trato de escaparle a ese tipo de eventos porque es conocida la temática y recurrentes  los episodios de enojo, discursos vacíos y palabras que sujetas a la nada terminan llevadas por el viento.
Tampoco soy sociable, no conozco bien a los padres y no encajo en el saludo cordial y la broma de barrio. Sé que aparezco y se genera inmediatamente un silencio, algo incómodo, al que leo como "es la mamá de Fulanito, la que nunca viene".
La fauna es variada. Mamás de distinta tara, abuelas que reemplazan a madres laburantes y separadas, papás desocupados con tiempo para perder y alguno que otro que como yo, cae sin entender de qué se trata.

Alguien pretende hacerme entrar en el círculo con amabilidad lanzándome un "Tanto tiempo que no anda por acá (una vida, pienso) Ud. está más delgada no?" Inserto aquí un "Pensarás que tengo cáncer, vieja bufarrona".
Mi risorio de Santorini es parco, lo reconozco.
Busco mi celular para mirar la hora y como rogando que alguien me llame desde Japón para una urgencia. Pero mi teléfono es un inútil cuando lo necesito y lo guardo resignada.

Nos hacen pasar al aula y nos disponemos a gusto. Lógicamente se arman grupetes por esa afinidad del encuentro diario.
Cotorrean divertidos mientras busco un lugar lejano (bien lejano) desde donde observar todo con comodidad.
Algo de voluntad me queda y procuro doblegar mi aburrimiento pero es tan férreo que temo bostezar hasta hacerme reversible.

Comienza la sesión. La maestra abre el orden del día y me siento poco menos que en la ONU, a punto de tomar alguna decisión impostegable a favor de la paz mundial.
Una persona excedida en kilos (creo que una mujer, no lo pude determinar con certeza) inicia en tono airado una queja por el volumen de tarea que la docente envía, aludiendo a la edad de los niños y al cansancio que esto produce. En realidad no con estas palabras, sino con un "Mi Jonathan no hace la tarea porque Ud. manda mucho".

Los oídos me zumban. Alguien injustamente me depositó ahí, no comprendo si no mi presencia.
Le miro los zapatos a la gorda y de ahí voy subiendo en un recorrido penoso hasta su cara.
"... quiero pensar que no siempre fuiste así. Que alguna vez fuiste otra mujer, con proyectos, con belleza y que algo trágico te transformó en esto ..."

"Jonathan aparte dice que Ud. le grita" oigo apenas.

A veces pensando en sexo, imagino cuerpos hermosos en maratónicas contiendas. Movimientos casi coreográficos, pieles suaves, ambientes ideales.
"...Por eso me cuesta recrear la idea de un hombre haciéndote un hijo..."

El viaje me domina.
"... cómo se aparean los rinocerontes? Cómo se sujetan? Qué olores despiden? Cómo se mueven? Qué murmullos se escuchan? Cerrarán los ojos? Qué posiciones alternarán? ..."

No puedo detenerme.
"... de algún sitio oscuro de mi mente sale "Time" de Pink Floyd. Primero veo una pareja bella y desnuda en una danza sexual sincronizada y cautivante. No puedo dejar de mirarlos, casi los toco ..."
" ... qué música ponerle entonces a los pliegues bamboleantes y sudados de esa mujer obesa? Pintaría una escena con detalles de sábanas sucias, manchas de humedad, desorden y un perro jadeante al costado de la cama. Un cuadro bizarro que impacta mis sentidos ..."

Alguien me toca suavemente el brazo. Sospecho que me preguntaron algo que no llegué a escuchar, pero la euforia de mis pensamientos hace que mi boca emita un "Pobre tipo" perfectamente audible, desubicado y sin marcha atrás.
De nuevo el silencio, ese bache donde caen las voces. Esta vez huelo sorpresa en la sala.
De manera solidaria y adivinando el malentendido me apuntan en un susurro "Estábamos hablando del profesor de música, qué te parece a vos".

Tanto como la dignidad me lo permitió, me acomodé las gafas oscuras, me levanté con elegancia y ensayé la mejor disculpa a modo de rescate emotivo.
"Me llaman, tengo una emergencia".
El inútil de mi celular y esa costumbre de no sonar oportunamente.
Nadie lo notó. O sí. A quién le importa.






domingo, 18 de septiembre de 2011

El oriental (ya no estás más a mi lado corazón)

Dicen que las historias de amor comienzan con una mirada. Y fue así.
Yo venía de una larga historia llena de triviales aventuras, reemplazando uno por otro con una habilidad casi veleidosa, como quien usa algo sin importarle nada, ni su procedencia, ni su valor, ni sus costumbres y después se deshace sin mediar sentimientos.
Andaba necesitando llenar ese vacío en mi vida con momentos de satisfacción, plenos de confianza y entrega. Llega un instante en cada mujer en el que se percibe esa ausencia y no es tan solo una cuestión de status social.

El encuentro fue casual. Te vi. Nos vimos.
Me di cuenta enseguida de tu origen oriental (cómo no darme cuenta) : seductor, callado, preciso. Imposible no enamorarme.
El primer paso lo tuve que dar yo, reconozcamos. Apelé a mis armas occidentales de conquista, esas que tenía guardadas en algún lugar y las ofrecí sin pensarlo demasiado quizás, con tal de tenerte.
Iniciamos por fin una relación única y maravillosa.

Al comienzo entenderte fue algo dificultoso pero el entusiasmo me llevó a estudiarte con placer, dándole mérito a aquello que dice "el amor todo lo puede".
Nuestro vínculo era mágico. Me dabas exactamente lo que te pedía. Silencioso y suave en tus movimientos (ese estilo nipón encantador) me sacabas la ropa en un acto medido y controlado.
Te encendías con premura y generoso, a cambio de muy poco comenzabas tu tarea. Encandilada te dejaba hacer respetando tus tiempos, pero a veces mi ansiedad y mi urgencia te rogaban que termines pronto.

Así unidos estuvimos cuatro años. Tal vez fue cansancio, pero algo dejó de funcionar. Temo haber hecho algo fuera de lugar, más desconozco en ese caso cuál fue mi error.
De repente fuiste otro. Sin aviso previo dejaste de hacerme feliz para transformarte en una sombra inútil e inerte.
Desesperada pedí que alguien intercediera, en un claro intento por recomponer lo que ya estaba perdido. Hubiera pagado lo que pidieran por retenerte, pero fue imposible alcanzar una solución.
Una mañana nos despedimos. Te miré con tristeza, te acaricié por última vez y te dejé en una esquina.

Un carro de cartonero te llevó. A vos lavarropas japonés, con microprocesador y alarmas para cada tipo de función, con corriente envolvente de agua para no dañar la ropa y bloqueo automático.
Volveré a arreglarme sola, como tantas veces, con mis manos.