lunes, 24 de enero de 2011

Fantasmas

Anita se despertó transpirada, así y todo se tapó con la sábana hasta la cabeza. Podía escuchar los latidos de su corazón como un concierto furioso de bombos.
Aturdida por el miedo, sacó solo su mano y adivinó el cable del velador. Click, coraje y a levantarse.

Anita estaba convencida de que en esa casa había fantasmas. Hacía ya un tiempo que sentía ruidos, golpes que sencillamente se esfumaban apenas intentaba averiguar su origen. Pero esa madrugada estaba decidida a desentrañar el misterio.
Se sentó en la cama y esperó con la respiración contenida. Y comenzó un suave y acompasado golpeteo. Pasos, pensó.
Se levantó y entreabrió apenas la puerta de la habitación. Nada, oscuridad y ese olor a humedad que venía del cuarto de la abuela. Cerró la puerta y puso llave. Le tenían prohibido encerrarse, pero la situación lo ameritaba. Mientras, el ruido parecía acercarse por momentos.

Hizo equilibrio en una pila de libros y tanteó arriba del ropero, con desesperación incipiente. Allí lo había guardado: un crucifijo de madera que había encontrado en la plaza.
Balbuceó un Padrenuestro, el Ave María lo sabía a medias. El Gloria estaba bueno, porque era cortito. Nunca fue una luz en Catecismo.

Pensó en el tío Ernesto; hacía poco que se había muerto. Capaz que era él que desandaba. Le habían contado que los que morían trágicamente volvían al hogar, porque no habían tenido tiempo de decir adiós a sus seres queridos. Anita decía que eso era una estupidez redonda, porque no conocía a ningún muerto que pudiera despedirse. Agitando un pañuelo acaso?
El abuelo Mario, también era un muerto que podía regresar. Malo en vida, cizañero y peleador porque sí, no falleció de una forma tremenda, pero seguro que volvía de jodido nomás.

De todas maneras, averiguar qué finado era el que se había antojado por quedarse de este lado, no servía de mucho. La cuestión era convencerlo de que el mundo ya no le pertenecía y mandarlo de vuelta al más allá.
Y batallar en caso de que el ánima se rebelara.
Había visto documentales sobre espíritus empeñados en quedarse, vaya a saber a qué, y distintos métodos para sacarlos del capricho.
No hay nada peor que un muerto sublevado, pensó Anita y apretó el crucifijo hasta que le dolió la mano.

Abrió la ventana. Un poco de aire fresco no venía mal.
Y allí lo descubrió. El cable cortado de los vecinos que se colgaban para ver le tele. Con el viento golpeaba la pared. El ruido venía de ahí. Y lo sobrenatural también.
Sonrío aliviada, se acostó, apagó la luz y murmuró: "Fantasmas y la puta que los parió".