Faltaba un puñado de minutos para que el reloj sonara. No hay despertar si no se ha dormido. La alarma sólo anuncia el momento de empezar una jornada.
Conocía de memoria la noche. La ventana era una pantalla en cinemascope por donde se escapaban sus pensamientos siguiendo el derrotero de estrellas y nubes. Así hasta el amanecer.
Se puso de costado, casi a la orilla de la cama; entrecerró los ojos - para qué abrirlos - y se estiró cuán largo era. A sus espaldas una maraña de sábanas; el desorden propio de la lucha por conciliar el sueño, ese que no llegaba hacía días.
Percibió claramente el peso de un cuerpo caer con suavidad junto a sus pies. Hasta sintió el perfume de su mujer y adivinó que era ella, sentada, calzándose sus tacos.
Sonrió, "Ya me levanto, dame cinco". El silencio lo llevó a buscarla. No estaba allí.
Pensativo, se vistió con lo mismo del día anterior. No se bañó, ni se lavó la cara, ni se afeitó. Preparó su morral, revisó la carga del celular y se asomó a la cocina, bostezando y rascándose la cabeza rapada.
El beso con aliento mañanero, un par de mates lavados, una conversación vacía y ese rectángulo de luz - tanta luz - en la pared. Del otro lado, el trajín reclamaba.
La vida lo iba corriendo de fecha a los empujones. La voluntad lo había abandonado quién sabe cuándo, tal vez en el mismo instante en que lo invadió la insatisfacción.
El hábito de arrastrarse hacia el trabajo. Lo de siempre, lo necesario.
Tomó el ascensor, saludó al portero, buscó el pase para el subte, se apretujó, bajó diez minutos después, subió la escalera y cruzó la calle. Pero no llegó a destino.
Sin saber cómo, estaba sentado en un gran banco de cemento pintarrajeado de verde y graffitis de amor, en una estación de ferrocarril desconocida.
No se extrañó, no se sintió perdido y mucho menos intentó el regreso.
Observó la explanada del andén vacío y la vio aproximarse.
Con el pelo oscuro recogido, enfundada en un impermeable negro, caminó decidida hacia él sin quitarle los ojos de encima. No pidió permiso para acomodarse a su lado.
Él, amilanado, dirigió la vista hacia las vías, sin atreverse a tanta mujer.
- Bueno, viniste ... Hace rato nos debíamos un encuentro, no?
El hombre que calla y hurga la respuesta, sin hallarla.
- Cuántas veces te acordaste de mí en estos días?
- Se me ocurre que muchas ... Contestó en un susurro.
- Y en estos últimos tiempos, en cuántos de tus cuentos fui la protagonista?
- No lo sé ... Se escuchó apenas. Varios?
- Sé que me mencionaste, que me soñaste despierto, que me imaginaste. O no?
- Puede ser ... pero no puedo asegurar que fuera tu cara ...
- Tengo esa habilidad, la de cambiar de rostro ... pero sabés que soy yo ...
- Debo ser la mujer que más tiempo ocupó en tu vida ... Me equivoco?
Ahora la voz de la mujer se convertía en la gota que horada la frente inmóvil.
- Mirame. Dijo ella mientras se ponía de pie.
Una ráfaga la dejó desnuda y le soltó la cabellera. Como una amazona, lo montó y lo obligó a mirarla sujetándole la cabeza con las manos, suaves y frías.
- Vas a venir conmigo.
La orden le palpitó en las sienes. Lo envolvía un mareo perturbador.
Su mente era una mesa servida esperando que ella tirara de la punta del mantel.
Dulce y agresiva, enroscó sus piernas a las de él. Liberarse era difícil. Tampoco quería tocarla; significaba entregarse y precipitar el comienzo del fin.
- Vas a venir conmigo. Repitió.
La campana de la barrera cortó el aire y los cuerpos se separaron.
Él se incorporó y caminó unos pasos. El tren se acercaba. Un poco más y pisaba la línea amarilla de precaución.
- Necesitás ayuda o podés solo?
Se arrimaba peligrosamente. La punta del zapato se balanceaba entre el vacío y el borde.
-Vamos ... Ella lo animaba con una fuerza irresistible.
El conductor intuyó la tragedia. La bocina resonó en un intento desesperado por hacerlo cambiar de idea.
La cadena de vagones se detuvo. Una puerta se abrió a tiempo para que él ingresara. Cobijado entre la gente, la buscó en el andén pero ya no estaba. El alivio de la huida era más valioso que ignorar el rumbo. Alguien lo codeó con delicadeza y le murmuró al oído como una caricia :
- Nos vamos a volver a ver.
Marivilloso.
ResponderEliminarMe dejas sin aliento,me encantan estos finales abiertos y sobre todo me encanta ella (¿es quien yo pienso verdad?La muerte siempre es seductora a mis ojos pero si no es ella tambien me parece MARAVILLOSO