miércoles, 9 de febrero de 2011

Pancho

Pancho no conoció otro nombre más que ese.
Su recuerdo se perdía allá lejos, cuando buscaba comida en un basural, cerca de la estación de Caseros. Allí triunfaba el más fuerte, el que no le hacía asco a nada, el que tenía más hambre. Con un poco de suerte algo conseguía y si no, se iba con la panza vacía.

Alguna vez supo de un hogar, de un plato diario, de una mamá protectora y del juego con hermanos, pero tratar de evocar el instante en que fue despojado de todo eso, se le hacía imposible.
Sólo imágenes. Crecer en la calle, rebuscarselá en la intemperie, aprender a ganarse el respeto de otros, desarrollar el instinto ante el peligro, desconfiar y tomar distancia de extraños. Una batalla dura que libraba todos los días para mantenerse, salpicada por efímeros momentos de felicidad: los amores de barrio, la libertad de andar a cualquier hora, la gente amiga que ya lo conocía y lo palmeaba. Caricias para el alma.

Los años pasaron. Ahora viejo y con paso cansino caminaba las tranquilas callecitas de Santos Lugares, su última parada. 
Y fue una noche hermosa la de la despedida. Cerca de las vías del San Martín, ahí donde los crotos como él se sentaban a tomar y  a olvidarse de la miseria, Pancho se abandonó en el pasto, agotado.
Pero antes, le ladró a la Luna.

(Homenaje a Pancho, el perro de la Iglesia de Lourdes)






















2 comentarios:

  1. Lindo, no te voy a mentir, nunca lo vi, pero a lo mejor en alguno de mis eternos viajes en el 105 lo haya escuchado ladrar. Salú!

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  2. Pero seguro! Extrañamos a Pancho, era una postal más del barrio. Saludos!

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