domingo, 18 de septiembre de 2011

El oriental (ya no estás más a mi lado corazón)

Dicen que las historias de amor comienzan con una mirada. Y fue así.
Yo venía de una larga historia llena de triviales aventuras, reemplazando uno por otro con una habilidad casi veleidosa, como quien usa algo sin importarle nada, ni su procedencia, ni su valor, ni sus costumbres y después se deshace sin mediar sentimientos.
Andaba necesitando llenar ese vacío en mi vida con momentos de satisfacción, plenos de confianza y entrega. Llega un instante en cada mujer en el que se percibe esa ausencia y no es tan solo una cuestión de status social.

El encuentro fue casual. Te vi. Nos vimos.
Me di cuenta enseguida de tu origen oriental (cómo no darme cuenta) : seductor, callado, preciso. Imposible no enamorarme.
El primer paso lo tuve que dar yo, reconozcamos. Apelé a mis armas occidentales de conquista, esas que tenía guardadas en algún lugar y las ofrecí sin pensarlo demasiado quizás, con tal de tenerte.
Iniciamos por fin una relación única y maravillosa.

Al comienzo entenderte fue algo dificultoso pero el entusiasmo me llevó a estudiarte con placer, dándole mérito a aquello que dice "el amor todo lo puede".
Nuestro vínculo era mágico. Me dabas exactamente lo que te pedía. Silencioso y suave en tus movimientos (ese estilo nipón encantador) me sacabas la ropa en un acto medido y controlado.
Te encendías con premura y generoso, a cambio de muy poco comenzabas tu tarea. Encandilada te dejaba hacer respetando tus tiempos, pero a veces mi ansiedad y mi urgencia te rogaban que termines pronto.

Así unidos estuvimos cuatro años. Tal vez fue cansancio, pero algo dejó de funcionar. Temo haber hecho algo fuera de lugar, más desconozco en ese caso cuál fue mi error.
De repente fuiste otro. Sin aviso previo dejaste de hacerme feliz para transformarte en una sombra inútil e inerte.
Desesperada pedí que alguien intercediera, en un claro intento por recomponer lo que ya estaba perdido. Hubiera pagado lo que pidieran por retenerte, pero fue imposible alcanzar una solución.
Una mañana nos despedimos. Te miré con tristeza, te acaricié por última vez y te dejé en una esquina.

Un carro de cartonero te llevó. A vos lavarropas japonés, con microprocesador y alarmas para cada tipo de función, con corriente envolvente de agua para no dañar la ropa y bloqueo automático.
Volveré a arreglarme sola, como tantas veces, con mis manos.

2 comentarios:

  1. El problema de conocer demasiado los secretos y las mañas de los lavarropas. Ojo, que pasa también con los de fabricación nacional.
    Abrazo!

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  2. un gusto poder encontrarte.. me deleitan tus letras...Erotica I... imperdible... te seguiré

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