Me hice amiga de las letras mucho antes de lo que los mayores consideran "normal". Con un cuerpito diminuto de tres años, me tiraba al suelo a explorar un abanico de diarios y revistas, palabras y más palabras, distintas tipografías y colores me seducían, me invitaban, me hablaban.
Y leí.
Parientes que aplaudieron por tan temprano logro y otros que me atiborarron de muñecas "Rayito de Sol" y juegos con tacitas de té, para que "hiciera cosas de la edad".
Debo reconocer que la primaria me aburrió un poco. Mi deleite por leer me llevaba a curiosear todo lo que caía en mis manos y así "sabía de más". Me compraron la colección entera Robin Hood, Juan Salvador Gaviota, Mi planta de naranja lima, El principito, los libros de la Walsh y de Quiroga. Devoraba todo. Más tarde los libritos del Séptimo Círculo, Chase, Poe, Chandler, Bradbury, Asimov.
Historietas se mezclaban con diccionarios enciclopédicos; novelas con revistas de crucigramas.
Largas noches de calor, sin ventilador y con colchones en la terraza y mi mamá buscando conmigo palabras raras para deletrearlas o largas para desarmarlas y formar otras. Hasta que llegaba el sueño.
Escribir también me gustaba, pero escondía mis producciones por una vergüenza galopante que siempre me persiguió (para todo) y por mi constante pelea con los errores de sintaxis.
Redactaba las famosas composiciones escolares con facilidad, de ahí a exámenes escritos con 10 de nota, no tanto por lo que sabía, sino por la "encantadora" forma de escribir (profesora Martínez, gracias), trabajos prácticos, monografías, cuentos sin publicar, etc.
Pero lo que más recuerdo son las cartas de amor.
Cartas que escribía no para mí. Lo hacía para compañeras y amigas a pedido. Declaraciones ardientes a los apurones en hojas Rivadavia. Palabras destinadas a hombres que no conocía, pero a los que tenía que enamorar impúdicamente en no más de treinta renglones.
Venían de otras divisiones, como quien va a pedirle a un santo un favor. Hacía un breve interrogatorio sobre el destinatario, para imaginarlo y me largaba a la producción de la más tierna y cautivante (aunque corta, hablamos de un recreo) novela.
El resultado era muchas veces satisfactorio. Calculo que varias señoritas habrán perdido su virginidad a partir de mis cartas.
Y la era del blog llegó, para seducirme también.
Voy a tratar de volcar algo de mi vida. Si no lo logro, simplemente avisen.
Felicidades por el nuevo desafío!
ResponderEliminarVoy a pasar para leer. A ver como continua esto :D.
Vas bien, muy bien...
ResponderEliminarA fuerza de leer y leer y leer, tuve una infancia parecida a la que describís, en el colegio me pedían que leyera (cuando nos hacían leer en voz alta para todo el curso) un poco más despacio, porque los demás no me podían seguir...en fin, también oculté varios cuentos y notas, pero lo que nunca hice fue calzarme la piel de Cyrano, debe ser algo interesante. Semejante poder no debería estar en manos de una mujer, creo yo. (ja!)
Ese Ja! me hizo recordar a un amigo que remataba sus frases así. Gracias por tus palabras!
ResponderEliminarYo vivi algo similar mi madre a los 4 años me enseño "Las golondrinas"de Becquer y de ahi no pare a los 11 años me enamore de "Cumbres Borrascosas" de sus personajes,llegue a "odiar" a Romeo por cobarde a mis ojo en comparacion con Heacthcliff(mi hombre soñado)par mi los libros y situaciones que relatas aqui me tocan en lo mas profundo.
ResponderEliminarConozco en carne propia ese sentimiento tan poderoso y hermoso.