Aprendí a cronometrar mis mañanas para salir puntual de casa hacia el trabajo.
Despertador a las 6.30 con dos alarmas posteriores para remolonear. El baño tiene que estar desocupado a las 6.55. No más. Entre pitos, flautas, desodorante, maquillaje y café debo estar saliendo a las 7.20
Dejo mi ropa sobre un sillón, doblada. Mi cartera colgada en una silla. Mis documentos, billetera, tarjeta de viaje, identificación del trabajo, llaves y celular sobre la mesa. Necesito ver para saber que no olvido.
Llego a la parada del colectivo a las 7.35. La línea que tomo es bastante puntual y viajo con el mismo chofer y las mismas caras de sueño y resignación.
Me dirijo al fondo porque sé que el señor de maletín ajado y campera azul se baja apenas pasamos la General Paz; entonces me acomodo en "mi" asiento.
Como a las 8.07 sube él. Le avisa al colectivero su destino para que le cobre la tarifa correcta, como si el colectivero no lo conociera y no supiera dónde se baja.
A las 8.12 se arrima al fondo y me mira. Ya no me pongo nerviosa como antes. Aunque un poco me transpiran las manos. A las 8.21 llegamos a Agronomía. No me canso de mirarle el perfil. Tiene una nariz que no es perfecta, más bien es una flor de nariz. Hoy no se afeitó, eso es algo que me seduce. Le suena el celular a las 8.22. Tantea en el pantalón. Lo encuentra, contesta. Le escucho la voz. No tiene una voz muy viril. Diría que un poco aflautada. Se hace un hueco de silencio y puedo escuchar que arregla una cita con alguien.
Le miro las manos. Tiene unas manos bastante delgadas, con dedos como pequeñas pinzas, un poco temblorosas. No son manos de hombre, diría mi madre.
No se viste bien. No sabe combinar los colores. Tampoco parece importarle. Pienso que eso es por lo menos interesante: un tipo que no se anda fijando en frivolidades como la ropa.
Se ríe. Con una velocidad que me sorprende de mí misma puedo observar dentro de su boca y con cierta decepción noto que le faltan varias muelas. Bueno, tal vez es alguien muy ocupado y no tiene mucho tiempo para concertar un turno con el odontólogo. No es grave, se puede resolver.
Le miro los zapatos a las 8.29. Calzará un 43 o 44. Luce unos acordonados marrones, gastados, haciendo juego con el resto del vestuario. Entiendo que los zapatos cuando son viejos son cómodos y trato de imaginar que su empleo lo debe mantener todo el día de pie, por lo cual un calzado cómodo es fundamental.
Me mira a los ojos a las 8.36. Lo miro por encima de mis gafas de sol. Tiene unos ojos muy bonitos, color ámbar. Justo ahora pongo atención y me parece que su ojo derecho es un poco desviado. Creo que se da cuenta que me di cuenta. No quiero incomodarlo así que miro precipitadamente por la ventanilla.
Se desocupa el asiento a mi derecha a las 8.41 y se sienta. Debo reconocer que el corazón acaba de amotinarse en mi pecho.
Su pierna izquierda rápidamente roza mi pierna derecha. Tanta proximidad me perturba. Respiro profundo y siento un ligero olor a transpiración que no tiene otro origen más que su axila. Bueno, tal vez no tuvo tiempo de bañarse. Le pasa a cualquiera.
Son las 8.44 y estoy cerca de mi destino. Le pido permiso para pasar y ensayo una sonrisa. De nada sirve, él duerme ahora con la boca abierta y babeante.
Qué le vi y en qué minuto exacto, me pregunto. Y toco timbre para bajar.