.... Amar por horas no está mal. Son amores que nunca se rompen, que quedan en un capullo sin llegar a salir. Son actos de bondad, de sumisión ....
Augusto.
Pobre Augusto. Le llegué a su vida en plena revolución. Se iba del país y le había propuesto casamiento a su novia. Estaba taciturno. Entre la revancha hacia su padre, que lo consideraba un inútil y la necesidad de huir de angustias infantiles. Volaba de trámites, pasaporte, valijas, mudanza. Llamaba a la novia - Elisa - para decirle que todo iba a estar bien. Porque yo le decía que todo iba a estar bien y él se lo transmitía.
Augusto me abrazaba en la cama, tanto y tan fuerte que dolía. Lloraba en mi hombro. Yo le acariciaba su pelo, suave y rubio. Y cuando se vestía, en silencio, miraba hacia abajo y negaba con la cabeza, como sacudiendo el error. Me quiso a su manera. O me necesitó, no lo sé.
Gabriel.
Oh Gabriel. Se fue arrimando despacio con alguna excusa. Tenía una tristeza infinita, de esas que cambian todos los días, que se instala hoy en la mirada, mañana en el cuerpo.
Lo llevé a casa de la mano, como a un chico. Lo escuché todo lo que pude, porque me abrumaba de pena. Tenía un secreto muy grande, algo que sólo sabía su madre, su mujer y yo. Tan pesado era lo que guardaba que creo que me metió en su vida para que alguien más cargara con su tragedia. Nunca nos tocamos, porque no pudimos o porque tal vez no hizo falta.
Ezequiel.
Un metro noventa de niño. Esa edad en que son varones, no son hombres. Agrandado de ir a la cocina a buscar alcohol, destapar la botella y no tomar. Agrandado de abrir una caja de preservativos enorme y llena. Agrandado y sin saber qué hacer. Estudiante brillante, nene de papá y mamá. A veces me pregunto por qué precisó insertarme en sus días. Para crecer, nada más.
Damián.
Vivía solo. Pero de esas soledades engañosas. Un hombre de 30 años en un departamento con sus padres viviendo enfrente. Su casa tenía perfume a madre. La cama bien hecha, la cocina limpia. El baño ordenado. El acto de correr las cortinas para tapar las visitas y un gato como único testigo. Damián me contaba todo lo que sabía hacer. Era artista, redactor, músico y deportista. Cosas que nunca llegué a comprobar, de las que no dudaba pero que me dejaron pensando que necesitaba decírmelas. Vaya a saber para qué.
Un hombre que quiere decir lo que es, antes de amar "Soy esto, después nos acostaremos".
Por qué nos encontramos? Porque él quería decirme que su madre estaba presente en todo.
Ulises.
Ulises era una mezcla de hombres acobardados metidos en uno solo. Era el bohemio, el músico, el creativo, el padre, el ex, el futuro de otra, el que debía plata, el que no tenía donde vivir, el que no me esperaba con nada, salvo la mugre de una pieza, el que hacía changas, el que no sabía si vender el auto o buscarse un trabajo en serio, el que cargaba con la enfermedad de su madre. Se acostaba conmigo y cerraba los ojos, como para olvidarse de mí o del mundo. De todas maneras, nunca se lo reproché. Creo que nunca supe qué es un reproche.
Por qué nos juntó la vida? Porque en su naufragio yo era una balsa. Y aún conmigo no iba a salvarse.
Hombres que pasaron, dolidos, rotos, con secretos, con tristezas.
Y yo, el puente.